Adiós, Japón (Santi Puel)

    La maleta que arrastraba por la terminal del aeropuerto y la mochila que cargaba a la espalda era todo su equipaje. Sería aceptable si hubiera pasado unas vacaciones de 1 ó 2 semanas en Japón pero no cuando llevabas viviendo allí más de 20 años.
    Debía marcharse para no volver a poner un pie sobre ese país. Llevaba todo el día con la prisa metida en el cuerpo y por eso el contenido de la maleta no estaba bien ordenado. Ropa arrugada, la limpia mezclada con la sucia, calzado sin separarlo mediante bolsas, el portátil entre varias capas, etc.
    Sus nudillos adquirieron una tonalidad blanquecina al apretar con más fuerza de la requerida el asa de la maleta. A sus oídos había llegado un tono de voz grave y de arrastrada pronunciación. Su botón de tensión había sido activado y estaba en vilo, con los nervios a flor de piel. Porque tenía miedo, mucho miedo. No lo hubiera reconocido ni muerto, aún incluso de estar a punto de mearse encima.
    Santi tenía su orgullo y era precisamente eso, entre otras muchas de sus virtudes, lo que le había hecho meterse en más de un problema. ¿El orgullo o sus constantes flirteos? ¿Qué primaba por encima de qué? Al menos en aquella ocasión la causa había sido lo segundo. Era lo más grave que le había pasado.
    Miró a ambos lados demostrando seguridad en su porte y su rostro, como un pavo real que despliega su plumaje, y se cercioró de que allí no había ninguna amenaza. Así era. No había rastro del yakuza, al menos en principio. De todas formas, no podía quitarse de encima esa sensación de cuando eres observado y contra eso no podía luchar. Suponía que se le quitaría la paranoia en cuanto estuviese subido al avión.
    Iba con el tiempo justo, por lo que no tuvo que esperar demasiado entre facturación del equipaje y la indicación de la azafata para acceder a su vuelo. Tras dar con su asiento, colocó la mochila en la repisa superior. No pesaba demasiado y no recordaba con exactitud qué había metido dentro. Y es que en poco tiempo, tan sólo unas horas, tuvo que priorizar entre sus pertenencias. Le cabreaba no haber sido capaz de llevarse todas sus herramientas profesionales y no le había quedado más remedio que pedirle a sus padres que le enviasen más adelante sus cosas por correo.
    Las caras de sorpresa y extrañeza de sus padres no habían tenido precio. Estaban acostumbrados al libre albedrío de su hijo y a la falta de información, pero era muy difícil imaginarse a Santi yéndose de Japón y encima de un día para otro.
    "Voy a abrir una tienda en donde la vieja", les había dado como explicación.
    <<Mi vieja...>>, pensó Santi mientras tomaba asiento.
    La vieja, como él la llamaba, no era otra que su abuela materna. El único familiar con el que tenía un poco de contacto. Alguna que otra carta y escasas llamadas telefónicas en fechas señaladas. Suficiente para conservar ese cariño tan intenso entre abuela y nieto. Sin embargo, la anciana podría haber fallecido y Santi no se hubiera enterado hasta bastantes meses después. Los separaba mucha distancia física, pero la mujer era resistente.
    "Hierba mala nunca muere, tesoro", solía decir, adornando el dicho con unas gastadas carcajadas. A pesar de lo que decía de sí misma, no había mujer más buena y cariñosa que ella.
    El vivir con su abuela era lo único bueno del cambio radical que le habían obligado hacer. Japón le gustaba mucho, había sido su hogar casi desde que tenía uso de conciencia, pero se había ganado el odio de cierto yakuza.
    Santi observó su mano izquierda. Formó un puño apretando levemente y volvió a extender la palma. Nunca más volvería a tener las manos simétricas porque le faltaba la última falange del dedo meñique. Al menos había sido considerado y la mano derecha la conservaba entera. Sabía que no se la había respetado por compasión sino porque era tradición empezar por la izquierda.
    "Todo tiene que ver con la época Edo y el uso de la katana. El dedo índice de la mano izquierda era muy importante para sujetar y dirigir el arma", le había explicado años atrás uno de los clientes yakuza que había tenido.
    Bien mirado, su mano actual no le imposibilitaba el trabajo como tatuador, lo malo era determinar qué se iba a inventar para explicar la falta. En Japón no hubiera necesitado explicación ninguna. No sabía qué era peor.
    Volvió a flexionar la mano. De momento no le dolía ya que se había metido un buen chute de anestesia de los que tenía en la tienda. Guardaba provisiones en la mochila aunque tenía claro que después iría directamente al hospital, por si acaso. No estaba seguro de si había merecido la pena el percance pero cada vez que evocaba la imagen de Aoi se le ponía dura como una piedra. Era la mujer más espectacular con la que se había acostado a pesar de no estar versada en ello. Era difícil de explicar.
    Su rostro ovalado, boca pequeña pero de labios carnosos y bien definidos, ojos y cabello oscuro como una noche cerrada, bajita pero bien formada. Su piel era lechosa y suave. Sus pechos pequeños pero firmes. Una flor virgen cuyos pétalos se habían abierto para acoger su calidez y pasión.
    No había sido virtuosa en la cama aunque aprendía rápido y quizá por eso habían encajado tan bien. Santi había aportado con creces la experiencia. La forma en la que Aoi contenía los gemidos y lo bien que reaccionaba ante las estimulaciones y palabras... todo ello le había perdido. El aroma y tacto de su cuerpo. La atrayente humedad con la que le envolvía...
    Santi estiró la entrepierna del pantalón para dejarse un poco más de espacio. Comenzaba a sentirse demasiado apretado y decidió dejar de pensar en ello. Debía aprovechar el vuelo para dormir lo que pudiese. Tenía una larga lista de quehaceres nada más aterrizar y debía coger fuerzas.
    No sabía qué futuro le esperaba pero tenía ganas de darle vueltas ahora. Seguro que terminaría encontrando de nuevo su lugar, como siempre había hecho. De momento se dejaría mimar por la vieja.
    -Vieja, vuelvo a casa- murmuró antes de quedarse dormido.

2 comentarios:

  1. Jajaja, aaaay, Santi, amigo...

    Qué bueno, me ha gustado mucho, espero leer más de Santi dentro de poco (porfaaaa...)

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    1. Menudo momentazo pasaré cuando tenga que cortarle el dedo al muñeco xD
      Pues... el siguiente relato supongo que será de su relación con la abuela, del curro o de cuando contrata a Bill... Ya veremos ^^

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