Tanabata (Nobu Yamaguchi, Kei Ogawa, Kenshi Yamaguchi y Hibiki Ogawa)

    Kei dejó la última tanda de hojas grapadas encima de la pila de trabajos recién corregidos. Era un profesor aplicado y llevaba su tarea docente al día. Incluso a veces le tentaba la idea de corregir los trabajos y exámenes en el mismo día, pero le frenaba el hecho de no tener luego nada con lo que entretenerse. Debía dosificar la diversión. Era algo que había aprendido a lo largo de los años. Cuando Kei era adolescente, consumía y agotaba las fuentes de entretenimiento y al final terminaba por meterse en problemas y/o haciendo la vida imposible a los demás. 
Creía haber sido consciente del cambio cuando ocurrió, pero la verdad es que era ahora, con su familia ya formada, cuando se había dado cuenta. Desde que Nobu se cruzó en su camino, su vida dio un cambio radical. Era para él, lo que se suele decir en estos casos, una persona especial. Ese alguien que termina ocupando el puesto más importante. Sin embargo, por mucho que le quería en la actualidad, consciente de sus sentimientos hacia él, eso no le privaba de seguir utilizándolo como diana. De eso no se cansaría jamás. La diferencia es que ahora existía un límite donde antes no lo había. Ignoraba si en realidad sólo se trataba de uno más de sus intercambios. Dar y recibir, esa siempre había sido su máxima. Nobu le había dado mucho a cambio de nada y Kei, por su parte, se limitaba como pago. Sonreía. Sonreía al saber que eso no era cierto. Era amor y ya está. ¿Para qué buscarle cinco piernas al gato cuando la explicación era tan sencilla? 
    Nobu, de entre muchas cosas, le había dado una familia y Kei por ellos haría lo que fuera. Por eso no abusaba al molestarlos y siempre eran cosas de poca importancia. Por eso se recreaba rememorando el pasado con los momentos de diversión que tuvo cuando era adolescente. Y por eso, siendo profesor, corregía espaciadamente. 
    “Explica muy bien, pero es muy duro en los exámenes”, era una de las frases típicas de sus alumnos. Era odiado y adorado indistintamente. 
    La puerta corredera de su despacho se abrió para dejar paso a Hibiki. El niño estaba tan concentrado que ni siquiera saludó a su padre. Tenía un lapicero en la mano y trazaba líneas, más o menos paralelas, sobre folios superpuestos. En el momento que llegaban las líneas al final de la última hoja, colocaba una nueva extraída del montón que sujetaba con la otra mano y vuelta a empezar. 
    Kei le observaba con curiosidad, esperando el detalle revelador que le indicase el objetivo de su hijo. 
    -¿Estás intentando acabar con todo el papel que hay en casa? –preguntó. Una de las hojas tocó su pie descalzo. Hibiki levantó el rostro para mirarle mientras seguía de rodillas en el suelo. 
    -¡Es una estrella fugaz! –exclamó, sonriente. Al hijo menor del matrimonio no le costaba expresar su alegría. Sonreía mostrando ambas hileras de dientes y se ilusionaba por poca cosa. De bebé siempre le había divertido más los papeles de regalo que los propios regalos en sí. Incluso ahora prefería mil veces más una caja de pinturas y hojas para dibujar que los juguetes más novedosos de la tienda. Kei aún recordaba la cara que puso cuando le compraron un set de acuarelas. ¿Agua y pintura? ¡Diversión garantizada! 
    Unos golpecitos en el marco de la puerta lograron captar la atención de ambos. En el umbral, Kenshi observaba la escena con el ceño fruncido y la boca ligeramente entreabierta. 
    -Papá ha dicho que nos vayamos preparando. Nos vamos dentro de poco y hay que ponerse los yukatas –comunicó. Abrió la boca de nuevo con la intención de preguntar qué hacían los papeles en el suelo pero en el último segundo que no le interesaba demasiado. 
    En el Tanabata era tradición en el clan tomarse el día libre y salir a beber y celebrar. Por un día no había rangos ni obligaciones. Simplemente eran un gran grupo de muy buenos amigos pasándolo bien. Hacían distintas reservas de hoteles y restaurantes de su propiedad y festejaban hasta que salía el sol. Para Nobu siempre había sido uno de los días más especiales del año desde que era niño. Lo había vivido de distintas maneras dependiendo de su edad. De pequeño le hacía gracia ver a los mayores en ese estado de embriaguez. Los miembros cuya presencia le intimidaba, se volvían afables y cercanos. Se reía mucho y podía ser lo que realmente era, un niño. Cuando fue adolescente le empezaron a dejar beber y se sentía totalmente integrado. Formaba parte de un todo. Sin embargo, con la llegada del primer hijo, Nobu había decidido que el jefe del clan tenía el privilegio de celebrar la festividad de manera privada si así lo quería. Así que se había convertido en el día especial en el que ellos cuatro asistían a solas al festival propiamente dicho, tuviesen las obligaciones que fueran. No había excusa posible. 
    Nobu había puesto el pretexto que teniendo ahora esposo e hijos, no era lógico festejar con el resto del clan. El modo de hacer era poco conveniente. Algo sobre mujeres, juegos y alcohol como si fuese agua. Kei sabía que además de eso, tenía mucho peso el que su marido quisiera estar con ellos. Le gustaba pasar tiempo todos juntos. 
    Ambos padres se dedicaron a vestir a sus hijos. Kenshi sólo necesitaba un poco de ayuda porque ya sabía ponerse el yukata él solo. Hibiki se dejaba hacer. Era bastante inquieto y no paraba de hablar. 
    -Una rana, dos ranas, tres ranas… -fue contando al mismo tiempo que señalaba los dibujos en el estampado. Cuando se le terminaron las ranas de la zona delantera, intentó contar las que tenía detrás. Nobu hizo lo que pudo para continuar con su labor mientras el niño seguía ocupado con el recuento. 
    -Hibiki… -dijo con tono serio. Las dos actividades eran incompatibles. 
    -Jolines, papá. Quiero saber cuántas hay detrás –dijo el pequeño. 
    -Muchas –y siguió poniéndole el yukata. 
    -Pero, ¿muchas, muchas? –quiso saber Hibiki. 
    -Muchísimas. 
    Había que estar ciego para no ver que Nobu se decantaba más por él. No es que a Kenshi le quisiera menos porque los quería por igual. Lo que pasaba era que el hijo mayor era más como él cuando era pequeño y Hibiki supuestamente era un Kei niño. Siempre había sentido curiosidad por saber cómo era Kei de pequeño antes de la muerte de su abuela materna. Era un deseo insatisfecho a pesar de los relatos e información que le había contado su marido. También le había enseñado las escasas fotos conservadas que poseía. Así que desde que Kei le había comentado que Hibiki se le parecía y no sólo físicamente, Nobu no apartaba los ojos del pequeño. 
    Una vez arreglados para la ocasión: Nobu con un sencillo yukata negro, Kei elegantemente de gris, Kenshi de rojo y Hibiki con su estampado de ranas; salieron de la casa para tomar el coche del clan que habían solicitado. Se ahorraban conducir y, sobre todo, buscar luego aparcamiento. 
    El niño rubio tamborileaba sus dedos contra las rodillas. Miraba ansioso e ilusionado el paisaje que pasaba rápidamente al otro lado de la ventanilla y le hacía preguntas a Nobu cada dos por tres sobre la feria. Sus nervios y emoción eran palpables. 
    Kenshi, por su parte, permanecía tranquilo mirando al frente o a su hermano. De vez en cuando se ajustaba el yukata con la clara intención de lucir lo más perfecto y correcto posible. 
    Echó un vistazo a Kei. Éste se había sentado a la izquierda del hijo mayor, al lado de la otra ventanilla. Nobu había ocupado el asiento de copiloto. 
    -Papá –dijo para llamar su atención. 
    -Dime –respondió Kei y le miró. El niño bajó la vista apocado. 
    -Hoy…, hoy me han dado la nota del cuaderno y he sacado un 9. 
    Kei sonrió y no a causa del resultado. Sabía que Kenshi se lo había contado para impresionarle. Le gustaba recibir atención y halagos especiales por su parte. 
    -¡Vaya! ¡Eso está muy bien, Kenshi! –posó la mano sobre la cabeza del niño y le revolvió el pelo cariñosamente. Kenshi reaccionó sonrojándose. No estaba acostumbrado al contacto físico, al igual que la mayoría de niños japoneses, y generalmente no era de su agrado. Sin embargo, cuando su hermano era el destinatario de afecto paterno, Kenshi tenía sentimientos encontrados. Un quiero y no puedo. 
    El coche paró en una de las calles adyacentes en donde se desarrollaba el festival. El chófer no les podía acercar más por la cantidad de gente que asistía al evento. Hibiki enseguida dio la mano a Nobu. Era el que más les preocupaba porque tendía a correr hacia todo lo que le llamaba la atención y tenía el peligro de perderse. 
    Entraron por el principio de la calle. Ésta era muy larga y bastante ancha. A ambos lados se sucedían una multitud de puestos de toda clase: vendían caretas, manzanas de caramelo, takoyaki…, así como todo tipo de juegos. 
    -¡Ah! ¡Pistolas! –exclamó Hibiki al mismo tiempo que señalaba el puesto de tiro-. Consígueme algo, por favor. 
    Nobu frunció el ceño y sus labios se convirtieron en un rictus. Su hijo, sonriente, tiraba de él. 
    -Dime qué es lo que quieres y te lo compro –intentó persuadirle-. Y tú no te rías. Inténtalo tú si quieres –gruñó a su marido. 
    El del pelo gris se lo estaba pasando de lo lindo. 
    -¿De verdad quieres que lo intente? –preguntó Kei. Levantó una ceja y ladeó la cabeza. 
    -No –contestó rotundamente Nobu. 
    -¡Papaaá! 
    -Vale, ya voy –se volvió hacia Kei y Kenshi-. Vosotros podéis ir a otro puesto. Nos vemos dentro de un rato aquí mismo –dijo antes de ser arrastrado por su hijo. 
    La puntería no era uno de sus fuertes. Aunque Kei tenía sus serias dudas de si considerarlo como un logro en vez de un defecto. Nobu no acertaba nunca. Esa era una de tantas cosas que los diferenciaba. Nobu era fuerte y tenía mucha resistencia física. Kei podía acertar objetivos casi imposibles. Se complementaban a la perfección. Dos piezas de puzzle totalmente distintas que habían nacido para estar unidas. 
    Era una pena que su marido no quisiera tener público porque Kei hubiera estado encantado de presenciar su proeza y aportar algún que otro comentario irrisorio. 
    Kenshi miraba alternativamente a sus dos padres sin saber qué ocurría. 
    -Nos hemos quedado solos. Bueno, ¿qué te apetece hacer? –preguntó a su hijo. 
    El niño sopesó las posibilidades y al final decidió probar suerte en el puesto de atrapar peces. Era algo que siempre le había parecido muy difícil. Cuando veía uno de esos puestos, lo intentaba pero nunca había conseguido atrapar ninguno. Se había convertido en un reto personal. 
    Se acuclilló ante el estanque de agua y esperó a que su padre pagase al hombre. Tenía tres palas de papel a su disposición. Kei se centró en el estanque que había al lado. Éste contenía globos de agua y se propuso intentarlo. Normalmente ese tipo de juegos no le divertían pero aquella vez se le antojó uno de los globos. Kei siempre había sido así. Cosa que se le metía entre ceja y ceja, cosa que tenía que conseguir aunque se le fuera la vida en ello. Así ya de paso le dejaba a Kenshi tranquilo. Sabía que si hijo se ponía nervioso ante la expectación. 
    El pequeño estableció una estrategia. Con la primera pala acorralaría al pez lo más rápido posible. Fracasó. Con la segunda intentaría atraparlo lentamente. Fracasó de nuevo. Ya sólo le quedaba una oportunidad. Medio nervioso, medio enfadado combinó ambos métodos. Volvió a fracasar. 
    Para rematar el hombre del puesto hizo un comentario gracioso y a Kenshi le sentó como un tiro. Su orgullo había quedado liquidado. Se incorporó y miró la última pala utilizada. Ésta presentaba un desgarrón en el centro del papel. 
    Fue consciente de la presencia de Kei cuando éste se acuclilló frente a él. 
    -Mira lo que he conseguido. ¿Lo quieres? –le peguntó. Del hilo que sostenía, colgaba un globo de color verde con franjas de un tono más oscuro. Su sonrisa no era de consuelo. “Yo lo he conseguido y tú no”, se podía leer en ella. 
    <<Algún día le superaré>>, pensó Kenshi con una mezcla de rabia y admiración. 
    Nobu le aconsejaría a su hijo en el futuro: “Esfuérzate pero contra tu padre todo es imposible”.

Hibiki Ogawa, Nobu Yamaguchi, Kei Ogawa y Kenshi Yamaguchi por Mond Kind

4 comentarios:

  1. aww pobre Kenshiii
    ajaja son tan monos todos *A*

    Por cierto, felicitaciones a Mond Kind, es un dibujo precioso!

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    1. Menuda cruz de padre que le ha tocado, jajaja. Menos mal que Kei está más calmadito en el futuro :P
      Estoy a ver si le hago una foto al dibujo porque la imagen que he subido es la que me pasó Mond antes de enviármelo (y los extremos no salen). Pero sí, es una pasada. Estoy súper feliz de poder ver el futuro gracias a ella :3

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  2. ¡Me ha encantado! Pobre Kenshi, dan ganas de darle un abrazo T_T

    Nobu adulto es aun más sexy *_* ¡y Hibiki con su yukata de ranitas es para comérselo! Me encanta cómo ha ido madurando y cambiando Kei, me gusta sobre todo que conserve esa parte tan "Kei" pese a ser padre y profesor.

    Y el dibujo de Mond Kind es una auténtica pasada, ¡qué bonito! Me encantan las expresiones de todos, y los yukatas son preciosos.

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    1. xDDD Creo que es una mala idea consolar a Kenshi. Es un niño con mucho orgullo (pero no del que hiere). Mejor dejarle tranquilo y si acaso charlar con él cuando se le haya pasado.
      Hombreee... más le vale! Jajaja. Anda que si el Nobu de 14 años le supera al de 26... Me alegra que sea así ^^ Las personas tienden a cambiar cuando surgen esas personas especiales aparecen en sus vidas y ese es el caso de Kei. Más bien, a aprendido a controlarse. Sigue sin diferenciar entre lo bueno y lo malo, pero sabe qué es malo para los demás. Me siento orgullosa de él >///< Mi niñoooo!

      Es una artista. A ver si saca cómic y arrasa porque se lo merece y tiene mucha imaginación y buena mano. Yo mientras ya ando trapicheando de cuál será el siguiente encargo que le pida :P

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